lunes, 14 de septiembre de 2009

Sandra

Nuevamente la noche me brindaba uno de esos momentos para el recuerdo en un rincón del colectivo que me llevaba a mi hogar.

Última fila, esa dónde cada bache en el asfalto se siente bien hondo en el pecho. Celina hacía un recuento de los últimos tiempos de su vida amorosa. Muchas idas y vueltas, la no búsqueda de la felicidad, conformarse con lo que hay. Sandra escuchaba con atención, cada tanto, más bien cuando Celina bajaba un poco las revoluciones por minuto, aprovechaba para preguntar algo. Las minitahs desarrollamos una tolerancia increíble para los relatos de nuestras congéneres, y por eso Sandra nunca perdió el hilo de la conversación.

Mientras Celina contaba lo aburrida que se sentía con su actual pareja, Sandra sacó de su bolsillo un chicle, sin dejar de mirar a su amiga a los ojos. Con paciencia le saca el papel, y mientras con una mano se lo lleva a la boca, con la otra hace un bollito y... PUC, escucho como el papelito cae en esa especie de agujero negro que se encuentra detrás de la última hilera de asientos.

Ante la mirada extrañada de Celina, Sandra esgrime su defensa:

- JA, lo tiro ahí porque sé que el chofer después tiene que limpiar todo el colectivo. Si no no lo tiro ahí, pero como sé que lo tiene que limpiar éste... Pero lo que me ENFERRMA es cuando tiran papeles a la calle, eso sí... ¿viste cuando vas por la calle y ves como la gente tira de las ventanillas la basura? Eso sí me pone de la nuca...

Celina se rió nerviosa, estoy segura que le dió un poco de vergüenza su amiga Sandra.

domingo, 23 de agosto de 2009

Silvina

Hacía tanto que no iban al cine. Y les habían recomendado una película argentina que se había estrenado hace relativamente poco. Por eso se puso contenta, Silvina disfrutaba de ese momento de silencio y oscuridad en el cual el público se encuentra a la espera de lo que sucederá en la pantalla.
Se vistió bien, siempre le gustó arreglarse para salir, y estaba bien arreglarse para una salida de sábado por la noche.
Llegaron sobre la hora, pero pudieron sacar tranquilos las entradas y elegir una buena ubicación. La sala estaba llena de gente, se escuchaba ese bullicio producido por muchos murmullos (esa cosa que tiene la gente que entra a la sala de cine y habla bajito aún antes de la tanda publicitaria). Se escuchaban también algunos celulares que estaban siendo apagados. Pero había un ruidito en particular que a Silvina le estaba molestando.
Justo atrás de ella - "en la nuca" - un hombre se dedicaba a comer algo que estaba dentro de una bolsa de papel celofán.
Claro, mientras la sala todavía murmuraba, el ruidito no era tan perceptible, pero cuando se apagaron todas las luces y el silencio era el dueño del lugar, Silvina notó que el hombre no pensaba detenerse. Un poco molesta se dio vuelta y lo miró fijo. El hombre recibió la indirecta, pero apenas ella giró, el ruidito volvió a empezar.
Silvina no tardaba en levantar temperatura y ya para cuando el ruido era lo único que escuchaba, volvió a mirarlo y esta vez la indirecta... fue bien directa:

- ¡¿ Te vas a dejar de joder?!

Carlos le tocó la pierna a Silvina como para calmarla, no quería que haga un escándalo en medio de la sala. Por toda la sala se escucharon "ssshhhhh", y el hombre (también por orden de su mujer) guardó su bolsita y dejó de hacer ruidito.

Una chinchuda con pocas pulgas Silvina.

sábado, 22 de agosto de 2009

Autobiográfico

Entonces ahí estaba, me miraba detrás de sus anteojos, sabiendo que tenía el poder. Agarraba mis papeles casi con asco, dando a entender que no servían de mucho. Yo estaba ahí, con ganas de evitar toda esta falsificación de interés por los alumnos.
Supongo que era lo mejor que podía decir, pero si tan sólo lo hubiera dicho de otra forma, el clima en la oficina sería muy distinto en este momento. Al menos un poco más fresco.

- Llamame la semana que viene, veo que puedo hacer...


jueves, 20 de agosto de 2009

Susana

A punto de cruzar la vía, mira a ambos lados y agarra la mano de su marido. Son dos señores, se les nota que están por encima de los 70, pero no quiero arriesgar, porque a esa altura de la vida, las edades se confunden de una manera misteriosa que nunca se entiende como una persona de 71 parece más vieja que otra de 92.
Susana mira a la derecha no viene nadie, mira a la izquierda y no puede evitarlo. Una exclamación de hartazgo se le escapa y ahora no puede detenerse:

- Ahí está, el tipo con la banderita verde. Agitando la banderita... ¿por qué no son más coherentes? Todo el tiemmmpo hablando de la tecnología, de las cosas último modelo y acá sigue estando el tipo agitando la banderita cuando viene el tren... Pero por favor...

Héctor mientras pone cara de estar de acuerdo, pero no emite opinión, hasta parece que no la escucha. Claramente cuando Susana se queja de la vida, para él pasa un tren.

domingo, 16 de agosto de 2009

Mabel

Los colectivos siempre atraen gente extraña, pero no tanto como cuando la ciudad empieza a morir, a eso de las doce y media de la noche. Imaginen que para mí es habitual tomar el 140 a esa hora, un hábito de por sí extraño.
Los fines de semana los pasajeros cambian pero aumenta proporcionalmente la cantidad de pasajeros extraños también. Como Mabel, una minitah chinchuda. Tendrá alrededor de 55 años. Rubia platinada - no natural -, ropa ajustada que deja ver que no es un mujer que cuida del todo su figura aunque quiere aparentar que sí. Escote pronunciado, el rostro brilloso (aunque se le nota una capa importante de base de maquillaje), las cejas finitas, del cuello cuelga una cadenita de plata muy brillante.
Se sienta más atrás y la pierdo de vista. Los griteríos de tres grupitos de 4 o 5 adolescentes me confunden un poco, a medida que van bajando, otras voces se empiezan a escuchar, otras conversaciones. Pero una voz de mujer resalta arriba de todas las demás... y a menor cantidad de gente, mayor potencia cobraba esta voz.

- ¡No me importa una mierda! ¿Te das cuenta que no tiene nada que ver? No vale la pena... La cantidad de piropos que me dijo y después nada!!... ¿¿Pero sabés lo que me decía?? Que quería abrazarme que quería estar conmigo, un montón de mensajes. Y después lo llamo y no me atiende, me aparece un contestador que nada que ver, algo así como te comunicaste con los angelitos... Encima después me ve y no me dice nada. ¿Está jugando conmigo? YO YA NO ENTIENDO MÁS NADA ¿Qué se piensa que soy? No entiendo qué carajo quiere...

A esta altura era la única voz que se escuchaba en el colectivo. Por suerte me tengo que bajar, me levanto y finalmente veo quién hablaba... efectivamente, Mabel estaba sumergida en una conversación vía celular, tanto que ni se daba cuenta que todos nos enterábamos de los pormenores de su fracaso con Oscar.

Y me bajé, si yo fuera Oscar, tendría miedo, nunca se sabe lo que puede hacer una minitah chinchuda y despechada.